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Pedro Rodríguez Ruiz

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ALIEN 3: EL CROMOSOMA MUTADO DE LA SAGA

Una negra y oscura concepción. La maternidad infectada por el virus alien

Un pedazo del infierno donde los presos han abrazado la religión en su versión más apocalíptica y pecadora

Antes de Fincher la saga Alien eran solo dos películas (sí, y cómics pero todos sabemos que en Hollywood no leen cómics ¿o no leen directamente?).

            Pero… ¿Qué significa realmente la “saga alien” antes de 1992? ¿la moneda cae en el lado de James Cameron y el caballero don Terminator hace otra película diametralmente distinta… y ya tenemos una saga?

            No. La saga empieza con el propósito de Alien 3, y descaradamente cuando se la ubica numéricamente.

            Y una duda que tengo desde hace mucho tiempo: ¿cómo se levanta una saga con un prometedor director novel como David Fincher? ¿En que pensaban? ¿Qué querían hacer realmente? Pues joder. No seamos ingenuos, los escándalos de Hollywood de hoy son los de ayer y los de siempre. Reconozcámoslo, el 8º pasajero fue una lucha de penes entre O´Bannon, Walter Hill y compañía y Scott. El tema es que salió bien. Eran penes cabreados con ego que daban lo mejor de sí. Pero la génesis de la tercera peli era más como el imperio romano: penes luchando sin fuerza y con un ego aun mayor intentando que solo quedara uno (y perdón si parezco grosero y sexista, pero Alien va de penes, penes enormes que escupen penes). Una eterna batalla blanda con cambios de director y de guionistas, rodajes sin guión, montaje y post-producción con exclusiones de personal… Típico rodaje donde me imagino que todos se saludaban enseñándose el dedo: “hey, fuck you”… “Fuck you, you”… “and fuck you too and you and you”. Normal que de ahí al estreno en 1992 la criatura fuera más aborto que alien…

            Pero.

            El arte surge muchas veces de espaldas encorvadas que se dejan la piel a la sombra de los que pulen sus monedas de oro. Prueba uno: el arte en el cine funciona sin problemas cuando el gordo del dinero está contento porque ha ganado MÁS con el MENOS que ha dado. Conclusión lógica: el arte siempre funciona con MENOS (gesto: dedo corazón firme, “fuck you banquero”). Alien 3 se hizo porque “a pesar de”, unos pocos trabajaron como cabrones.

            Y con toda esa mierda volando por ahí, malos rollos, puteos y ninguneos… con retazos del guión de Vincent Ward,  David Fincher y compañía, con un heroico ayudante para el café, hicieron una gran peli de Alien.

            Y hay pruebas: se llama “montaje del director”.

            Escupámonos en las manos y entremos en harina:

 

Alien 3 es una peli solida llena de muy buenos conceptos de peso.

            Empecemos por el diseño del cartel original: un feto de xenomorfo, de reina para ser más preciso. Una negra y oscura concepción. La maternidad infectada por el virus alien. La biología extrema de pesadilla diseñada por Giger llevada al terreno de la reproducción en su imagen fetal, símbolo del “futuro y la potencialidad”. Fuera todo ese optimismo de embarazadas. Estas jodida. Este futuro es tan ruinoso que solo queda parir putos monstruos.

 

            La biología del xenomorfo protagonista. El mal llamado “alien perro”. Al fin vemos el significado de “xeno-morfo”. Cómo el organismo se desarrolla y adapta a partir de otras biologías, incluso las más gregarias, como el caso de una vaca lanuda utilizada para arrastrar basura.  Al parecer Fincher y Zinnemann consultaron a Giger y el suizo les entregó diseños de un facehugger acuático y un Alien adulto a cuatro patas, más felino y animal, aunque la propiedad final del diseño es de Amalgamated Dynamics Inc (¿toda una declaración de intenciones el nombre?).

            Lo importante es la propia reinvención y adaptación del bicho: dinámico, cobrizo y muscular, fibroso, y con unas pezuñas demoniacas ¿Por qué? Porque a fin de cuentas toda esta historia va de vivir y morir en el infierno.

 

            Nihilismo: “¿Queréis una saga franquicial? Os daré su apocalipsis”. Este es el propósito de Fincher en Alien 3.

            Decir que Alien 3 es como el Octavo Pasajero porque un solo bicho corre detrás de gente en un espacio cerrado es hablar sin haber visto ninguna de las dos. Es ser un comentarista de reseñas. Es dar falso testimonio. Pecar.

            Alien 3 no refrita. Coge el caldero genético anterior y ofrece una mutación. El alien es la constante en el futuro de la humanidad. Da igual lo que la Weyland lo adore y lo quiera obtener. Es nuestro futuro inalcanzable. La especie top del darwinismo. Nuestro depredador natural (y no, en ninguna de Alien se atisban cangrejos espaciales, eso solo ha sido fruto del sueño pajillero freak de Predator 2). El espacio está vacío y silencioso. El hombre alcanza las estrellas y la cara que alcanza es la del Alien: biología agresiva básica, anti-civilización y anti-cultura. Los spacejokeys llegaron antes y cayeron, convertidos en piedra con el pecho agujereado. Ahora le toca a la humanidad. Alcanzar el futuro es el fin. Al otro lado del monolito está el xenomorfo.

            Tan rotundo es el nihilismo que el principio hunde la esperanza de los supervivientes de Aliens. La nave se estrella, Newt (la hija simbólica) y Hicks han muerto. Ripley vuelve a estar sola. Es una naufraga y por muy dura que sea lleva viviendo una pesadilla desde la Nostromo.

            El nuevo escenario es la colonia penal siderúrgica Fiorina 161, llamada “Fury”.

Da igual que parezca que algunos humanos poderosos tomen cocktails en yates espaciales de lujo. No se ha visto a ninguno y los ejecutivos corporativos son unos mierdas. Testimonio suficiente para señalar que la humanidad expande su propia podredumbre. Nuestro sistema social y laboral mientras nos expandimos por la galaxia sigue siendo una mierda (¿transportistas machacas carne de cañón y presos esclavizados?). Somos una humanidad aun más enferma, arrastrándonos con pretensiones de conquistadores. De que todo en el horizonte es nuestro.

            ¿Y donde ocurre el apocalipsis final de nuestra heroína? Como una horror survivor en el infierno de Dante, entre malditos y condenados. El pozo humano. Un pedazo de terruño que flota como la barca de la medusa en la espiral de un agujero negro. Solo se vive hacia abajo, hacia las profundidades, rodeados de basura. Sin idea posible de salida. Es la parada estacional antes del fin. Un pedazo del infierno donde los presos han abrazado la religión en su versión más apocalíptica y pecadora. Como monjes medievales que se regodean en lo irredimible de la condición humana. La música de Elliot Goldenthal está plenamente constituida en esta idea: medievalismo dodecafónico, misereres espaciales opresivos… (temas como Agnus Dei, Lento, Death Dance, the Dragon, Adagio…).

            Y es que la idea más básica de la película es que todos están malditos en el infierno con un demonio de patas de chivo acosando su condena. Retorcidos hasta la imagen más tribal y básica de la humanidad encerrada en su caverna, intentando luchar contra el diablo con palos y  antorchas.

            Es una base ideológica muy poderosa para tener una cuidada representación estética. Y un novato del mundo del videoclip publicitario con mucho mundo interior como David Fincher era capaz de hacerlo. Y más cuando el puterío de Hollywood le estaba haciendo también transitar su propio infierno.

            Fincher mete todo la desesperanza y el nihilismo que la ocasión merece. Esto había que hundirlo, pero desde el corazón.

            La humanidad ha erguido mecanismos y tecnologías hacia el cielo, pero todo se oxida. La película es ocre, y rodeada de escombros y chatarra. El escenario no es abierto, no se toman los cielos. Nos escondemos y arañamos la tierra. Conductos de ventilación, maquinaria rota y cimientos industriales. Los presos son violentos herederos del cromosoma doble Y. Nuestra genética está contaminada, la violencia esta incrustada en nuestro ser y además de ello, nos excusa para marginarnos y repudiarnos. La enfermedad nos rodea y aun vivimos con parásitos. Cosas tan simples como una plaga de piojos rodea a los personajes. Rapar a Sigourney Weaver y despojar a Ripley de su supuesta humanidad positiva. Arrojarla entre los malditos, actores de rasgos faciales crudos, ropas anchas e impersonales, como carne procesada, donde el cerco de la violación y el crimen es constante y palpable, exuda más contenido sexual sórdido que en las otras dos películas.

            La película solo ofrece una supervivencia por mera resistencia activa. Nada puede arreglarse ni mejorarse. Con la excusa de que la biología del xenomorfo no caiga en manos de la Wayland y que la cepa alien se extinga (¿quién puede creérselo en un cosmos tan infinito y silencioso?), los héroes condenados luchan.

            Pero la idea más nihilista de todos está en la herencia: Ripley es portadora de una reina. Su futuro está sellado. Es madre de monstruos. Y aquí subyace la idea más negra y oscura de la obra: la maternidad, la misma reproducción humana, es malvada. Incluso los héroes sobreviven y legan pesadillas. El optimismo reproductivo está destruido. Los hijos no son el futuro. Humano tras humano la especie ha sido incluso más miserable. Nuestro hijo final es el alien.

            El buen final es triste, melancólico. Sin el efectismo ridículo de orgullo yanqui de la versión comercial. Asumir que la muerte, desaparecer y extinguirse es la opción más honesta. Ripley, rapada y perseguida, inmaculada concepción del nuevo monstruo universal, abraza el nihilismo y como una Juana de Arco se consume en las llamas. En un gran pozo de fuego, como un micro sol que no deja rastro alguno del ser y descompone y retorna los elementos al polvo estelar sin conciencia que ni sufre ni destruye.

 

Ah, y no hay más saga que valga.

 

 

(A la memoria de Bill Hicks, que me ha hablado en sueños de cine y gente cabrona).

 

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